Una ostra estaba muy orgullosa de su caparazón. Le decía a un pez:
– El mío es un castillo muy fuerte.
– Cuando lo cierro, nadie puede hacer más que apuntarme con el dedo.
Así, mientras estaban hablando, se sintió un chapoteo. El pez huyó rápidamente, mientras que ella se encerró en su envoltorio. Pasó un buen rato y la ostra empezó a preguntarse qué había sucedido. Como todo parecía muy tranquilo, abrió sus valvas para indagar y notó que ya no se hallaba en su medio habitual.
Efectivamente, estaba junto a una gran cantidad de ostras, en un puesto de mercado, debajo de un cartel que decía: